Emblemas del turismo en el Litoral Central, los hoteles cinco estrellas Sheraton y Meliá hoy exhiben una reconstrucción inconclusa por parte del gobierno nacional. Los comerciantes de Caraballeda y Tanaguarena, respectivamente, tienen dudas de que sean rehabilitados a corto plazo.
La Guaira.- Por mucho que desde el gobierno nacional reiteren la promesa de rescatar a los hoteles Sheraton y Meliá, en Caraballeda, el deterioro de lo que queda de sus estructuras originales, el abandono de las nuevas vigas y columnas, además de la ausencia de maquinarias y obreros, los dejan a merced del salitre, la delincuencia y la incertidumbre.
La tarea pendiente de la reconstrucción de ambos alcanza los 16 años, mientras que la zona en la que están ubicados ya no resulta atractiva para el turismo nacional e internacional.
Durante las lluvias del 15 y 16 de diciembre de 1999, estas infraestructuras de cinco estrellas quedaron en pie. Pero, inmediatamente al deslave, sus instalaciones fueron objeto de hurtos y saqueos, lo que ameritó la intervención de efectivos de seguridad.
Entre los años 2000 y 2002, se mantuvieron como centros de operaciones militares y policiales hasta que la cadena norteamericana que manejaba la operación turística del Sheraton entregó las instalaciones al Instituto Nacional de Capacitación y Educación (Ince).
“La cadena Sheraton cesó sus operaciones no porque la tragedia haya devastado al hotel. Lo hizo por la inseguridad jurídica, por no tener garantías de que si lo recuperaba, su inversión iba a ser respetada por el gobierno”, comentó, a través de la plataforma de whatsaap, Andris Enrique Cabrera.
Técnico Superior en Hotelería y Turismo de la Universidad Simón Bolívar, Cabrera trabajaba en la recepción del hostal cuando ocurrió el desastre de fin de milenio. Actualmente, labora en una cadena internacional de hoteles en Puerto Plata (República Dominicana).
Por su parte, el antiguo Meliá, construido en 1975, permaneció a la deriva hasta el año 2008, en virtud de un juicio que sostuviera la Corporación Emesa contra la Corporación Venezolana de Turismo. El Tribunal Supremo de Justicia zanjó la querella a favor del Estado.
Dos años antes, el ministro de Turismo, Wilmar Castro Soteldo, informó que con 43 millones de bolívares se iniciaba la transformación del antiguo Sheraton en un hotel escuela. Del lugar, fueron retirados los trabajadores del Ince para incorporar a funcionarios de la Misión Vuelvan Caras y la Superintendencia Nacional de Cooperativas.
En 2007, la ministra Titina Azuaje relanzó el aludido proyecto en aras de la Universidad del Turismo. Pero, todo quedó en una primera piedra en el sitio y los enunciados discursivos de “los núcleos de desarrollo endógeno”.
El silencio de las promesas
Siete años después, el ministro Andrés Izarra anunció la inversión de 200 millones de dólares, mediante la Fundación Propatria 2000, para el rediseño y la recuperación de los mencionados hoteles.
En ese momento, se pretendía retomar el nombre con el que en 1955 fue levantado el hotel Sheraton: Guaicamacuto. En 1969, la cadena Sheraton and Resort empezó la operación turística del mismo, el primero en su estilo en América Latina.
En medio de marchas y contramarchas de los trabajos, el 2 de marzo de 2019, el presidente de la República, Nicolás Maduro, acompañado del gobernador Jorge Luis García Carneiro (+) y el alcalde del municipio Vargas, José Alejandro Terán, aseguró que los nuevos hoteles serían inaugurados en noviembre de 2020.
Sin embargo, con la llegada de la pandemia del Covid-19, las obras se detuvieron, mientras que ningún funcionario del Ministerio de Turismo volvió a hablar del tema.
“Nos mandaron a la casa y no hemos recibido una llamada telefónica para regresar a la faena. Lo poco que se hizo, se está perdiendo con el salitre, el óxido y los maleantes que rondan esos espacios”, dijo Albert Castillo, uno de los obreros que ahora vende caramelos en autobuses que transitan por Caraballeda.
José Hernández, directivo del sindicato de la construcción en la entidad federal, señaló que la última empresa asignada a la obra, Landscape Vision Corporation, no ha avanzado más del 25% del denominado complejo hotelero Gran Caribe.
Salitre e inmovilismo
En el interior de los citados alojamientos, se reporta que la maleza, el moho y el efecto corrosivo del salitre han causado estragos en las áreas de la piscina, los salones de baile y el lobby, así como en las paredes perimetrales, pasillos y habitaciones.
Aun así, se aprecian los nuevos ventanales colocados en la estructura de base del extinto Meliá, que al no finalizar sus acabados, se ciernen las dudas en cuanto a su durabilidad.
Igualmente, desde la vía que atraviesa a ambos hoteles y concluye en la marina de yates de Caraballeda, sobresalen láminas de acero, vigas, cabillas y columnas de concreto armado. Todo a la intemperie.
También se divisan plantas ornamentales que ya no cumplen con el fin estético para el que fueron concebidas en las respectivas fachadas.
“Nadie dice nada, es increíble cómo cambió para mal esta zona, da mucha tristeza”, comentó Osmaris Carrillo, quien caminaba hacia playa Los Cocos, ensenada marina que se ubica entre los referidos hoteles.
A menos de 100 metros, están cuatro torres residenciales de la Misión Vivienda Venezuela, desde donde se pide la reactivación de la obra, independientemente de los hechos delictivos que se han suscitado en los últimos meses, de acuerdo con reseñas de la prensa local.
“Eso sería muy bueno para que tuviéramos empleo y así poder mantener a nuestras familias”, indicó Elber López, quien vive en uno de esos apartamentos, cuya vista panorámica evidencia la parálisis de la restauración arquitectónica.
El contraste de la actualidad apunta hacia la inexistencia de turistas extranjeros caminando, como en otrora, al borde de la zona hotelera. Apenas, durante los fines de semana, se observan grupos de playeros que descienden de unidades de transporte público, provenientes de Caracas y el estado Miranda.
La capacidad de pago de estos visitantes es cada vez más restringida para disfrutar de los servicios gastronómicos y de provisión recreativa, dispuestos en la urbanización Caribe de Caraballeda y Tanaguarena, cercanas a los hoteles.
Entre los comerciantes, la esperanza de renacer “los días felices del Sheraton y el Meliá” se vio truncada en el año 2012, cuando sin consultar a los vecinos de la parroquia Caraballeda se erigieron los bloques de la Misión Vivienda.
“Aunque llegaran a hacer unos nuevos hoteles, el esplendor de los 80 y 90, no volverá. Con esos edificios a su alrededor y sin vigilancia policial, lo veo muy difícil”, manifestó Omar Ayala, encargado de un restaurant próximo al hotel Meliá.
Rafael Lastra Veracierto